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‘Del aborto los derechos y el ministro’, opinión de Javier Astasio
Javier Astasio Arbiza / 10 abril 2015A veces uno tiene la impresión de que a algunos políticos, a casi todos los políticos, les da igual ocho que ochenta, de que son una especie de muñecos de ventrílocuo, unas veces el niño Monchito, otras el cuervo Rockefeller, vacíos en sus escaños y despachos y siempre dispuestos a dejarse manipular por su sueños y a mover su boquita, a veces bocota, para, a través de ella, soltar las cosas más peregrinas y contradictorias sin apenas inmutarse.
Otras veces, sobre todo cuando hay unas elecciones por delante, veo el ideario de los partidos como si del frigorífico de un piso de estudiantes se tratase, unas veces lleno de cosas apetitosas pero inútiles y, otras, trágicamente vacío, con algún resto de aquí o de allá, de aspecto nada agradable, cuando no en mal estado, restos con los que, cuando no hay otra cosa, hay que «arreglar» una cena o confeccionar un programa electoral.
Una y otra imagen me las acaba de dar el ministro de Justicia, Alfonso Alonso, sucesor de Gallardón y, al parecer, llegado al cargo desde la portavocía popular del Congreso para restaurar la imagen que el iluminado y tramontano ministro, derrochador impenitente en su etapa de alcalde madrileño, había dejado a su paso por el ministerio. Y, si me vinieron, es porque Alonso, con su cara de director de banco, estudiante aprovechado o yerno complaciente, es capaz de interiorizar sin inmutarse uno u otro discurso, una u otra estrategia, según convenga al marketing de su partido.
Este Monchito -y si cito muñecos de José Luis Moreno es porque a este caradura le ha ido muy bien con el PP- tuvo ayer oportunidad de poner a prueba sus dotes haciendo público el volantazo que su partido prepara en el congreso para satisfacer as sector más talibán de sus diputados, a la búsqueda de esa unidad a prueba de los veinticinco que persigue Rajoy de cara a las elecciones. Porque, ni corto ni perezoso, el ministro Alonso se descolgó en Radio Nacional con la idea de que el aborto y por tanto la capacidad de decidir sobre su cuerpo o su propia vida -añado yo- no constituye un derecho, todo para apuntalar la semana que viene la resquebrajada foto de familia de los populares, resquebrajada, no por la situación de pobreza severa en la que viven cada vez más españoles, o por la escandalosa conducta de demasiados de sus compañeros de partido, sino porque una docena de diputados, entre los que estaría Ana Botella de serlo, no están dispuestos a que las mujeres puedan tomar las riendas de su vida.
Alfonso Alonso ha tomado de la nevera esos restos de mantequilla rancia de que os hablo para, con otros de tomate reblandecido y a punto de caer presa del moho, algo de ajo escuálido, aceite rancio, algún resto do orégano seco y el consabido paquete siempre a mano de una bajada de impuestos, confeccionar un aparente plato de pasta que llevar al festín electoral.
Eso es lo que les importamos a muchos de nuestros, más bien suyos, políticos. Nada o casi nada. Es para escandalizarse, y sería para darle la espalda al sistema que lo consiente, pero creo que con eso no bastaría. Lo que hizo ayer el ministro a propósito del aborto y los derechos de la mujer es motivo suficiente, no para hacer un corte de mangas al sistema, sino, toso lo contrario, para intervenir en él de la única manera posible que es con nuestro voto, pero con más fuerza y determinación que nunca.
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