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‘Dos mujeres’, opinión de Javier Astasio
Javier Astasio Arbiza / 11 marzo 2015Dos mujeres, dos historias, dos formas de ver la vida, dos trayectorias y, sobre todo, dos moralidades: la de quien toda su vida ha luchado siempre por la justicia y por la libertad y la de quien viene del privilegio y de mantener el privilegio ha sido la guía de su vida. Esas, la magistrada que cruzaba Madrid en bicicleta y la condesa que escapa, pisando el acelerador, a las normas y el respeto que nos hemos dado todos, serán las candidatas de Podemos y el Partido Popular al Ayuntamiento de Madrid, dos mujeres tan radicalmente distintas como distintas serán las propuestas de sus candidaturas.
Si Esperanza Aguirre, la neocondesa, está sembrando de insidias, codazos e insinuaciones dirigidas a su compañera de cartel los primeros pasos de su campaña y parece más interesada en aferrarse con uñas y dientes al poder que le da y le ha dado la presidencia del partido en Madrid e hizo lo imposible para encabezar la lista al ayuntamiento madrileño, a Manuela Carmena hubo que convencerla de que su prestigio y su decencia eran necesarias en el la lista que, por fin, puede arrebatar Madrid a quienes, especulando y trapicheando con favores y ventajas, han convertido la capital de España, aquella que fue la capital de la vanguardia europea en los primeros ochenta, en una de las ciudades más sucias, inhóspitas y caras capitales del mundo.
Manuela Carmena aprendió del dolor de sus compañeros y amigos asesinados en el despacho de los laboralistas de Atocha, mientras la neocondesa hacía una buena boda, obtenía plaza de funcionaria y se preparaba, con su perfecto inglés de señorita bien, para entrar en el Ayuntamiento de Madrid al que ahora pretende volver. Una y otra son tan diferentes que no sé muy bien qué hago aquí remarcando lo obvio.
Aunque quizá lo obvio sea que la candidata de Podemos sirvió siempre al Estado y a los ciudadanos, incluso en las circunstancias más duras, en tanto que la condesa se sirvió siempre del Estado para sus juegos de poder y sintió siempre desprecio por las instituciones, los ciudadanos y quienes les sirven, como dejó claro en su tocata (de la moto) y fuga (al palacio) en aquella sobremesa veraniega en la Gran Vía de Madrid. Pero, como dice un amigo muy castizo, a los ricos no les huele la mierda y la neocondesa salió de aquello sin consecuencias y podría, si gana, ser «la jefa» de aquellos a quienes desobedeció y humilló.
Qué distinta esta mujer arrogante y llena de esa chulería de matón de sainete que algunos se empeñan en confundir con el desparpajo, esta mujer gritona y siempre amenazante, que se permitió amenazar bajo los focos de un plató en plena entrevista con llamar a «su amigo» Lara para que la otra cadena del grupo dejase de «sacar» a Podemos, que distinta, decía, de la cordialidad que transmite la otra, la magistrada, que, sin perder un ápice de la autoridad moral que transpira cada poro de su piel, jamás pierde la afabilidad ni la compostura.
Son dos mujeres, dos ejemplos de la relación que los ciudadanos tienen con el Estado, dos mujeres bien distintas que representan a formaciones e intereses muy distintos. No sé qué dirá la neocondesa de la exmagistrada, fundadora de Jueces para la Democracia, Decana de los juzgados de Madrid y vocal del Consejo General del Poder Judicial, siempre al servicio de la Justicia y de los ciudadanos, sí sé que cualquier cosa que diga sonará a los ladridos de esos perrillos tobilleros y consentidos que se desgañitan ante adversarios mucho mayores, siempre que el amo esté presente.
Son dos mujeres muy distintas, una ejemplo del feminismo tranquilo y dialogante, la otra del peor machismo con faldas, tan distintas como el futuro que muchos queremos para Madrid y la política. Yo, de momento, estoy contento y orgulloso de poder votar a Carmena, que no a Carmona. Pero, se me olvidada, existe una diferencia más: así como los medios no hacen más que hablar, para bien y para mal, de la candidata del PP, apenas han abierto la boca para darse por enterados de que Manuela Carmena será la candidata de Podemos. Consignas obligan
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