‘Quiero que me miren’, opinión de Javier Astasio

/ 12 mayo 2015
Ayer, después de una comida y de una sobremesa más deliciosa aún, esperaba el autobús en la calle Toledo, cuando mi amigo y yo comentamos, y no es la primera vez que lo comento con un amigo, la «peculiar» foto que el poeta Luis García Montero ha escogido para las banderolas que anuncian desde las farolas su candidatura por Izquierda Unida a la Comunidad de Madrid. Una foto con la mirada perdida en el cielo, parecida a otras como aquellas en las que, en otros tiempos y otras elecciones, posó Julio Anguita.
No me gustan estos asesores, fotógrafos o arriolas de todo pelaje, que aconsejan a sus candidatos mirar al cielo con ojos brillantes, como «La Asunción» de Murillo, como si esperasen una revelación o un trance místico, en el que se les revelase el camino por el que han de conducirnos para alcanzar la salvación y el paraíso aquí en la tierra. No me gustan, como tampoco me gustan esas otras fotos, tan de moda entre los escritores para las entrevistas impresas o para las solapas de los libros, en las que el pobre autor o la pobre autora, sometidos a la tiranía de modas y tópicos, aparecen siembre con una mano en el mentón, como si la cabeza de un escritor pesase demasiado como para dejarla únicamente sobre los hombros.
¿Son modas, son tópicos? No lo sé. Lo que sé es que lo que espero de un político es que me mire a mí, a ser posible a los ojos, porque, si no desde una foto, pero sí en la vida real, en la cercanía, los ojos de quien te mira, o de quien evita mirarte, lo dicen todo, hasta el punto de que alguien que te sostiene la mirada difícilmente te mentira, lo que no quiere decir que no vaya a hacerte daño, pero difícilmente te mentirá.
Yo quiero que, desde los carteles, los candidatos me miren, a mí y a todos los ciudadanos, que sepan quiénes somos y dónde y cómo estamos, que no tengan una idea equivocada de lo que nos pasa, que no se fíen de lo que les cuentan los carromeros de turno o de lo que le cuentan las dóciles televisiones o periódicos que tienen a sueldo. Quiero que me miren, cosa que no hacen, por ejemplo, quienes han despedido, despiden y despedirán a tantos trabajadores, quienes vendieron las preferentes a tantos y tantos ancianos o gente que, como yo, confiábamos en «nuestra caja de toda la vida». Quiero que me miren y no desde detrás de un pasamontañas, como hacen los policías  cuando muelen a porrazos a todo «bicho viviente», incluso a «los compañeros».
Entiendo que, cualquier mirada desde las banderolas publicitarias, salvo las que buscan el cielo, será siempre por encima del hombro. Y entiendo que eso no es bueno, porque somos orgullosos y no nos gustan esas miradas desde cualquier posición que implique superioridad ¡menudos somos para eso! no le aguantamos los humos a nadie, salvo a Esperanza Aguirre, claro, que ha cogido todos los taxis de Madrid para mirarnos mientas esperamos en el semáforo o caminamos por la aceras, a saber por cuánto dinero, y que está acostumbrada a rebuscar en la vida de sus adversarios «tenemos algo contra éste», como muy bien le enseñó el amigo Granados, que espiaba a sus compañeros para la condesa que ahora le niega, alumna aventajada del hoy encarcelado, que anda hurgando en los asuntos del marido de Manuela Carmena, que, como reputen una encuesta detrás de otra es la candidata mejor valorada, mientras ella queda como la más conocida pero peor valorada por los madrileños.
Me gusta que me miren a los ojos y me gusta mirar a los ojos a la gente, pese a lo que dice la canción de Golpes Bajos, quiero que me miren, pero no desde los taxis, tanto que no cogeré ninguno mientras lleven el careto de la condesa, quiero que me miren a los ojos en la calle y a pie firme.
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