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‘Estampitas’, opinión de Javier Astasio
Javier Astasio Arbiza / 24 junio 2014Lo explicaba Pedro Lazaga en su película «Los tramposos» y lo hacía con esa amarga ternura que tuvo como seña de identidad el cine español hace medio siglo. Estoy hablando, claro, del timo de «la estampita», uno de los timos que más se ha practicado en esta tierra de pícaros y miserables que, casi a partes iguales, ha sido y es España. Un timo en el que los tramposos se aprovechan de la ciega codicia y de la falta de escrúpulos del engañado, del mismo modo que, en el judo, se aprovecha la fuerza y el ímpetu del contrario para derribarle. En la película de Lazaga, un tonto -entonces nada era políticamente incorrecto, ni siquiera la dictadura- se pasea por los alrededores de la vieja Estación de Atocha, a la que no llegaban los AVE, pero si los que traían a la capital a los «paletos» que acudían a ella para cerrar algún negocio, hacer algunas compras y, de paso, ir a las «revistas» y, si se terciaba, echar una canita al aire. Y era precisamente uno de esos paletos el escogido como víctima por el «tonto» y su compinche, el gancho, que se encargará de desatar la codicia del «primo», disipando cualquier asomo de escrúpulo que pudiera quedar en él.
Elegida la víctima, el tonto le enseñaba un sobre lleno de «estampitas», del que sacaba un billete de curso legal que hacía ver que creía un cromo. Era un billete «de los grandes», como esos de los que, según él, tenía el sobre lleno. Entonces, una vez captada la atención del paleto, entra en escena el gancho que acaba por convencer al primo de que alguien acabará aprovechándose del pobre tonto y de que lo mejor que puede hacer es cambiarle las estampitas por las que él, su dinero, trae del pueblo. Después de un «tira y afloja» en el que el tonto defiende sus estampitas, provocando oleadas de avaricia del paleto que, finalmente, accede a cambiar sus cromos por el dinero que la da la pobre víctima. Una vez consumado el timo, los protagonistas de la farsa dejando a solas al timador timado que, una vez comprobada su «desgracia, no puede denunciar a los timadores, porque, hacerlo, además de dejarle como tonto, le delataría en su intento de tratar de aprovecharse del pobre tonto.
Por qué, os preguntaréis, nos cuentas todo esto. Pues, sencillamente, porque la escena, interpretada magistralmente por Tony Leblanc y Antonio Ozores, se parece mucho a la que, desde el viernes, viene interpretando el Gobierno, apoyado por la prensa que aquí ejerce de gancho, para cambiarles a unos cuantos ciudadanos codiciosos y poco escrupulosos, un sobre lleno de tramposas reformas que benefician sólo a unos pocos, agitando en sus narices una presunta bajada de impuestos, perfectamente compensada con subidas en impuestos indirectos, destinada a ser la coartada para bajarle los impuestos a esa minoría cualificada del IBEX 35 y los grandes oligarcas, para la que trabajan estos canallas a los que no les importa manchar el nombre de España, llevándolo, a cambio de no sabemos qué, de pasmarote a una cumbre africana organizada por el tirano Obiang.
No tienen vergüenza ni límite. Por eso han preparado este sobre de estampitas, para conseguir los votos de esos insolidarios a los que cada día el gancho de la prensa amiga del Gobierno, casi toda, anima a darle sus votos para quedarse con el paquete de estampitas. Por eso creo que ahora es el momento de abrir los ojos a tanto codicioso como hay y de explicarle que lo que quiere el Gobierno, seguro ya de que no repetirá en La Moncloa, son esos votos que necesita para asegurarse, cuando menos, algunos sueldos de concejales y diputados para los suyos, especialmente ahora que los sobres de Bárcenas ya no llegan.
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